QUÉ DIFÍCIL ES SER HIJO



Puede que el título de hoy sorprenda a más de uno, puesto que parece que la psicología se llena la boca (y los bolsillos) enseñándonos a ser buenos padres, con la esperanza de que siendo buenos padres, tendremos una vida mejor.

¿Por qué tanto énfasis en las bondades de la paternidad? Pues porque nadie nos enseña a ser hijos, mención aparte de algunas nobles excepciones. Freud hizo muchas cosas buenas por la sociedad, pero quizá uno de los errores más grandes que cometió fue poner el acento de la relación paterno-filial en la primera parte de la ecuación, dando por sentado que la educación y la tradición enseñarían a los hijos a serlo.

El orgullo paternal se manifiesta en eso que se ha dado en llamar “buenos chicos” y entonces parece que nuestro trabajo ha terminado, dotando a la sociedad de una nueva prole más evolucionada que la anterior. Y si no es así, tiene usted muchas terapias donde elegir para poder convertirse en ese padre o esa madre que sus propios progenitores nunca pudieron ser, a pesar de todas las circunstancias adversas que se le hayan puesto en el camino.

Yo propongo un trabajo algo distinto: dice Hellinger, a la sazón el fundador de las constelaciones familiares, que ser buen padre significa estar orgulloso de los hijos y ser buen hijo significa estar agradecido a los padres. Pero curiosamente, con tanto énfasis en que los nenes sufran los menores traumatismos posibles y con la necesaria y justa protección a la infancia, nadie nos cuenta nunca qué podemos hacer para ser agradecidos con esos padres a los que nunca les enseñaron a estar orgullosos de sus hijos. Parece como si la ira divina recayera en la paternidad por los siglos de los siglos y así, una brecha intergeneracional se convierte en una sima infranqueable.

Porque no es fácil ser hijo y alguien nos debería enseñar a serlo. Precisamente porque no es fácil ser padres y por más libros de autoayuda que nos echemos entre frente y occipucio, nunca seremos perfectos. Al menos esto encierra un consuelo evidente, podemos relajarnos para no buscar la matrícula en una asignatura donde un notable ya es un éxito más que importante.

El problema fundamental es que ser buen hijo no tiene nada que ver con las normas morales. El famoso súper-ego freudiano, esa especie de pepito grillo que nos indica qué es lo que tenemos que hacer, cuándo y en qué medida, no es más que una trampa para seguir logrando engendros computacionales que perpetúen la paternocracia. Y no estoy defendiendo la regresiva visión “nueva era” de que para ser felices hay que ser niños. Dejen ustedes la casa en manos de sus niños de cinco años durante media hora y verán si no tengo razón. Ahora, tendemos a confundir tanto filiación con infancia, que no podemos reconocer que los hijos siguen siendo hijos mucho más allá de la adolescencia y que al igual que para cada etapa del desarrollo, la filiación de adulto a adulto no se resuelve con un insecto metomentodo inserto en el ADN emocional.



Imagen de lacomunidad.elpais.com


Porque si hay un miedo que paraliza a cualquier padre es ser peor que sus hijos (aunque ningún padre os reconocerá esto, no hagáis la prueba)y resulta que para ser mejor que tus padres, que al fin y al cabo es el auténtico objetivo de ser hijo (por aquello de la mejora de la especie), es necesario hacer un máster en salvaguarda y defensa de chantajes emocionales varios.

Así que por un lado, a los hijos les exigimos cumplir con nuestras expectativas paternales y por otro lado, le decimos a su inconsciente que más vale que no se les ocurra cumplirlas (hay que reconocer que el súper-ego es un invento cultural de primera línea, perversamente eficaz). Con semejante panorama, no es extraño que todos andemos por nuestra vida neuróticos perdidos.

Por lo tanto, yo aconsejo lo siguiente: “Gracias papá, gracias mamá…pero voy a seguir siendo yo” Y ese es el mayor orgullo paternal que existe, que mi hijo sea un “alguien” en vez de una copia necesariamente imperfecta de un “otro” (aunque ese otro sea yo mismo) Y esa es la dificultad de ser hijo, ser agradecido con lo que nos dieron, porque al fin y al cabo se trata de la vida, sin un padre ningún hijo existiría y eso es digno de agradecimiento, por más dura que nos resulte la misma.

Pero tener una vida significa vivirla, sin complejos, sin dudas, sin absurdas culpabilidades y sobre todo con la plena consciencia de que cualquier error que cometieran nuestros padres no es más que un avance respecto a nuestros abuelos, que a su vez era un avance respecto a nuestros bisabuelos, que a su vez…Y aquí estamos hoy, leyendo en un cacharro de metal estas líneas gracias a que algún hijo decidió ser buen hijo y ser mejor que sus padres aprovechando todo lo mejor de la herencia ancestral recibida…

Tenemos la oportunidad de agradecer y perdonar cualquier error, no es fácil, no es fácil nacer para ser distinto. No es fácil reconocer que esos tres kilos y pico de ternura se convierten en tres millones de deseos de independencia. No es fácil decir gracias y adiós. No es fácil y como padres volveremos a caer en mil quinientos errores, pero al menos, esperemos poder enseñar a nuestros hijos a ser buenos hijos, precisamente porque decidan no ser los hijos que habíamos esperado que fueran.

Feliz semana para tod@s: ascendentes y descendientes

EDU

PD.- Con cariño y agradecimiento a mis padres, precisamente porque muchas veces no nos entendemos. Eso significa que ambos lo estamos haciendo bien.


PODER ES QUERER

Eres más apasionada que reflexiva.

Ésta es la afirmación tajante que cayó sobre mi con todo su peso, pronunciada por una persona a la que amo profundamente.

Sin duda, su intención era apoyarme y ahondar en la idea de que con el suficiente tiempo y el cúmulo adecuado de experiencias, las personas aprendemos lecciones. Y esos aprendizajes nos ayudan a reflexionar más y a hacer las cosas mejor cada día, incluso para el propio beneficio. Fue el cachete medio cariñoso medio sincero que se le da a un niño para que empiece a tomar consideración.

Lo peor de todo es que es verdad.

Pero lo que me ha traído pensativa durante días no era la sentencia en sí. Lo que me preocupa es si, verdaderamente, es importante que relaje mi pasión en detrimento de pensármelo todo dos veces.

Ciertamente ganaría en llevarme menos disgustos, pero también perdería frescura. Esa que pongo sobre la mesa sin más y que noto en el brillo de los ojos cuando el otro me mira. Esa brizna divertida que enamora al más pintado.

Sin ir más lejos, anoche mismo, comentaba con un amigo cómo la vida me había dado un buen revolcón meses atrás. Él, en respuesta, sostenía cuán bueno era aprender a reflexionar. La importancia de ser cerebral ante todo, aunque costase un mundo, porque de esa manera se apaciguaba el dolor; se podía ver con perspectiva.

Imaginemos por un momento que racionalizamos el amor. Esta idea supondría como poco un ahorro energético tremendo. Más que nada porque la pregunta relacionada con esto es ¿por qué cuando estoy enamorado sufro? Básicamente tiene que ver con cometer un millón de errores que si estuviesen racionalizados no existirían y, por tanto, se ahorrarían muchas energías inútiles.

Por ejemplo, uno de los errores que provocan los sentimientos profundos es querer estar continuamente con la persona que se ama. ¡Pero tenemos que trabajar! ¡Tenemos que atender obligaciones! ¡Y a la familia! ¡Y a los amigos! Así que como no puedo besarte constantemente, pues tengo el agujero ese en el estómago que me dice que te echo de menos cuando no estás.

La historia de la reflexión es que racionalizando el asunto, el agujero estúpido desaparecerá. Pero ahora bien, ¿acaso no es maravillosa la sensación? ¿No es idiota, pero bonito, echar a alguien de menos? ¿Cuánto va a durar esa impresión? ¿No desearé volver a tenerla cuando se pierda con el tiempo?

A veces creo que si se pierde es porque hay que empezar de nuevo.

El amor es para el corazón como el vino para el alcohólico. Sin embargo, una vez desintoxicado, con el tiempo, a base de no abrir la botella, cada vez hay menos necesidad. Aunque ambos sepamos que, en el fondo, las ganas siguen quedando.


(Imagen de: http://rinconcercano.blogspot.com.es/2010/11/escalando.html)

Hace ya mucho, un amigo mío me convenció diciendo: “las circunstancias son las que son”. Lo que sucede es que, como ambos seguramente hemos descubierto, los sentimientos también son los que son. Y, a veces, ni siquiera es cuestión de tiempo. Porque éste, para muchas personas, se detiene inmóvil y por más años que pasen todo parecerá seguir igual que antaño.

Se le puede decir al cerebro lo que tiene que hacer y tomar siempre decisiones razonables que sean lo más conveniente; pero… ¿quién manda sobre el corazón? Yo nunca he sabido controlarlo. Tampoco me importa. La vida sin amor no vale nada. No creo que haya nada mejor ni ninguna otra razón de ser. Lo siento, pero yo no le voy a decir más veces a mi corazón que se calle, ni a mi cerebro que le mande callar.

Hace poco mi gran amigo Edu, compañero bloggero, decía en un post que  “el amor es una cuestión de todos y de nadas”. Su teoría hace plantearse que no se puede querer poco, ni tampoco mucho. Se quiere o no se quiere. Por tanto, las relaciones de amor – odio no existen. Y, en mi experiencia, en realidad en esas situaciones lo que hay es puro amor. Porque cuando se ha querido no puede dejarse de querer. Por eso todo resulta molesto en el otro; porque no podemos abandonar a quien amamos ni soportar su pérdida. Y como no sabemos manejar la distancia nos enfrentamos a la otra persona; nos llenamos de rabia cuando nos ignora. Nos sentimos el último grano de arena cuando recordamos lo que tuvimos, lo que nos dio, lo que le dimos…

Y en lugar de sonreír ante el recuerdo imborrable, sufrimos. Sufrimos porque creemos erróneamente que querer es poder. Que por haber amado tenemos la posibilidad de mantener, de conseguir, de seguir poseyendo. Cuando es, precisamente, lo contrario. Querer algo no justifica conseguirlo. Poder hacerlo nos enseña a amarlo. Por eso el verdadero poder estar en querer.

Desde el momento en que tú te enamoraste de ella y, poco a poco, ella de ti y, además, ambos descubristeis esa situación el uno en el otro, aunque no quisierais verlo, todo había cambiado...

CADA.


P.D.: Dedicado a J, que ha inspirado con su sentencia este post y a quién no sé cómo le pagaré algún día todo lo que ha hecho (y sigue haciendo) por mi; pero con tiempo encontraré la forma…

¿CÓMO DEJAR DE SER VULNERABLE?

Hace un tiempo, un amigo me hizo esta pregunta y hoy me he decidido a darle respuesta, en forma de carta abierta, deseando que también os pueda servir a tod@s vosotr@s para encajar esas piezas sueltas en vuestro puzle emocional:
Querido Amigo:
La vulnerabilidad es la propiedad de ser vulnerable, es decir, de poder ser dañado por alguna persona o situación. Así que dejar de ser vulnerable es lo mismo que dejar de ser dañado.
En primer lugar habría que descubrir cuáles son esas situaciones o personas que te hacen daño, aunque esta es sólo la primera parte de la ecuación. El dolor, creo que lo hemos hablado muchas veces en nuestras tertulias cafeteras, no es más que la ilusión de que algún otro que está fuera de mí, tiene algún tipo de control sobre mi conducta, mis pensamientos o mis emociones, lo cual es rotundamente falso.
De hecho, la propia creencia en que el dolor existe es el problema fundamental de todo este tinglado. Porque el dolor, realmente, es una creencia. Ya sé que muchas veces, por simplificar, hemos hablado del dolor como inherente a la experiencia humana, pero el dolor no es más que un concepto, basado a su vez en la creencia de que otros pueden controlar nuestra vida y que podemos controlar la vida de los demás.
En muchas ocasiones deseamos que los demás nos acepten, nos quieran, nos protejan o nos muestren lo que nosotros mismos queremos mostrar. Para conseguir esta aceptación, desde que llegamos a este mundo, aprendemos que existen una serie de reglas que hay que cumplir. Así, vamos recibiendo cariño y castigos en función de que nuestra conducta se ajuste más o menos a lo que se espera de nosotros.
A medida que crecemos, descubrimos que hay normas con las que nos sentimos a gusto y otras con las que no estamos de acuerdo y empezamos a vivir eso que solemos llamar independencia, con objeto de descubrir nuestra propia identidad más allá del sentido de familia: empieza a nacer el “yo”. Ese “yo” es una construcción, útil, pero construcción al fin y al cabo, que nos permite relacionarnos con los demás a través de nuestro cuerpo. Y ya está. No hay más misterio.


El problema es que ese “yo”, pequeñito e insignificante, también aprende que puede ser rechazado o querido y en nuestras ansias de agradar a otros, que además nos excitan erótica y sexualmente, perpetuamos esa idea de que podemos controlar su vida y su amor y que pueden controlar el nuestro. Es como si el sol nos dijera: Te daré luz y calor siempre y cuando hagas esto o lo de más allá. Sinceramente, no creo que a nuestra estrella le importe lo más mínimo lo que nosotros sintamos o dejemos de sentir, si su calor ayuda o perjudica nuestras cosechas o si celebramos o no su salida, él hace lo que tiene que hacer: brillar y dar vida.
La verdad no necesita de razones, está ahí, sin más. Como la luz no necesita luchar contra la oscuridad. Cuando iluminamos una habitación la oscuridad desaparece porque carece de entidad propia. La mentira es exactamente igual, no tiene entidad. La verdad es verdad, sin justificaciones ni razones.
Cuando nos sentimos vulnerables, es porque consideramos que nuestra verdad está siendo atacada de alguna manera y por lo tanto estamos obligados a defenderla. Pero si es verdad, no necesita defensa y si no lo es, evidentemente tampoco, pues estaremos equivocados. Ahora, no podemos devolver la vista a alguien que tiene los ojos vendados si no permite que le quitemos la venda, pero ese es su problema y no el nuestro. El mundo va a seguir estando ahí para nuestro disfrute aunque haya avestruces que caminen de agujero en agujero para esconder su cabeza.
¿Cómo dejar de ser vulnerable? Es sencillo, dejando de serlo. Es decir, abandonando la idea de que la verdad, mi verdad, tu verdad, tiene que ser defendida. Abandonando la idea de que puedo controlar la vida de alguien o que alguien puede controlar la mía. Dicho de otra manera, siendo. Cuando eres, ya no necesitas que te acepten, sencillamente eres. En ese deambular por el ser que llamamos vida aparecerán y desaparecerán personas, situaciones, vivencias, emociones, percepciones…Su propia mutabilidad te hablan de lo que son, pequeños fuegos fatuos en la inmensidad del océano de tu verdadera existencia. ¿Qué le importa al mar que un grano de sal esté enojado con él?
Querido amigo, no eres vulnerable. No puedes serlo. No se trata de tus habilidades o de tus circunstancias, no se trata de lo fuerte o débil que seas, simplemente se trata de que tu ser cuenta con el don de la verdad. Y ese don ya es tuyo, no es un premio o algo que debas conservar, es tuyo para siempre por el hecho de existir. Deja de defenderte y te darás cuenta de que no hay nada que justifique esa defensa. La vida, la de verdad, es demasiado hermosa como para preocuparse de lo que puedan decir los ciegos acerca de un horizonte que ni siquiera han llegado a descubrir, a intuir.
Gracias por tu cariño y espero que podamos seguir compartiendo la alegría de ver, tengo una botella de vino esperándote en la nevera.
Con amor, para tod@s
EDU

SÍ, QUIERO

Esta es la vida en la que eliges lo que quieres; así que si no lo estás haciendo te estás equivocando.

Hace algunas semanas salí a cenar con un amigo con el que no tengo demasiadas ocasiones de disfrutar de momentos a solas. Tras habernos tomado nota, y mientras esperábamos el primer plato, comenzamos a recordar algunas anécdotas que nos hicieron romper a reír de la forma más estrepitosa. De pronto, a los dos nos caían las lágrimas por las mejillas y no podíamos parar. Todo el mundo nos miraba. Pero nosotros continuábamos con esa risa tonta imparable que seguía inundando el salón de carcajadas.

Después de un rato, tan sólo un poco más calmados, rojos como tomates y doloridos en la zona del estómago, mi amigo dijo algo que me dejó helada:

“Cada vez me río menos”.

Esta afirmación desató una conversación seria que nos llevó al análisis de las vidas de ambos. Él comentaba cómo había percibido que, a medida que cumplía años, ya no tenía tantas vivencias desgarradoramente divertidas como en épocas pasadas. Rememoraba con añoranza los años de adolescencia con amigos y se preguntaba si reír estaba ligado a felicidad. ¿Era ahora más o menos feliz que antes? ¿Por qué ya no se reía tanto?

Todas las reflexiones que hicimos juntos aquella noche me llevaron a poderosas conclusiones sobre lo que yo, personalmente, había vivido hasta entonces. Reflexiones acerca de mis dos terroríficos últimos años. De lo valioso que era cada momento vivido; de su necesidad; de la lección que sabía que debía aprender y aún no había encontrado.

Y poco a poco me fui iluminando como la habitación aquella de mi mente en la que había estado a oscuras y encerrada meses atrás. El sol que hubo entrado por las rendijas de la persiana de esa estancia imaginaria, también empezó a entrar en todo mi ser.

Entonces lo supe. Comprendí que estoy aprendiendo a vivir. Estuve tan acostumbrada a convivir con la muerte que no fui consciente de que hay que vivir en lugar de morir. Vivir cada día no como si fuera el último, sino como si fuese el primero y abrieses los ojos por primera vez, con la sorpresa y admiración de los nuevos amaneceres.

Siempre habíamos escuchado que debíamos vivir la vida como si mañana fuese el último día. Qué haríamos si supiésemos que vamos a morir mañana. Pero esta creencia era el error del cual debía aprender. Porque cada día es una nueva oportunidad y no la última; un descubrimiento y no un final.

Desde aquella noche, cada vez que suena mi despertador pienso que hoy puede ser el día en el que consiga algo grande para mi empresa, en el que conozca gente nueva e interesante, en el que me encuentre con un viejo amigo. El día en el que trazar una nueva senda; elegir un desconocido camino.

Al elegir un camino no sabemos qué personas nos encontraremos en él, quiénes nos cambiarán la vida y a quiénes influiremos.


(Imagen de: compartiendocamino.blogspot.com)


Así que, una jornada más no es sólo otra oportunidad, es la posibilidad de un giro inesperado, de una permuta del destino. Hoy podría ser el día en el que te conozca. Mañana podrá ser el día en el que lo que hagamos juntos produzca un cambio significativo.

Yo, que tuve que pasar por la mayor de las pruebas. Que me reinventé a mi misma para sobrevivir. Que vivencié cómo se deshacían entre las cenizas todas las cosas que amé… había descubierto que cuando creía que ya no me quedaba nada, aún tenía intactos mi fuerza y me valor.

En la vida no es lo que tengas, es lo que creas tener. Si crees que tienes una buena vida la consigues y si crees que tu vida es pésima, lógicamente lo es.

Toda mi etapa anterior era una especie de pérdida de tiempo en la que me pasé las horas distrayendo a mi mente para distraer a mi corazón.

Hasta que la voz interior dijo: “métetelo en la cabeza: serás feliz cuando empieces a querer serlo”.

Tómate la vida como el mayor de los trabajos. Ve a por los objetivos que te propongas. Disfruta el recorrido y cumple tus sueños. Piensa en las metas y salta los obstáculos. Algunos serán sencillos, otros necesitarán pértiga. Agárrala y no pienses más en ello. No lamas tus heridas porque no existen. Elimina los componentes emocionales que creen sensaciones de vacío. Todo lo que te incomoda está demás. La vida no es difícil, es imposible! Así que no luches contra ella, ve con ella. Sonríe; sonríe mucho. Nada va a detenerte nunca. Es pan comido. Dí alto y con fuerza las palabras Sí, quiero.

Si la vida me está poniendo a prueba constantemente, ya siento que soy capaz de cualquier cosa.

El descubrimiento ha sido importante: vivir cada día como si fuese el primero. Una máxima tan loable que quiero compartirla. Desearía que todo el mundo lo entendiera; y que su comprensión lo volviese sencillo.

Desearía que mi amigo sintiera que cada día ríe más.

Desearía que todo el mundo caminase por la calle como yo lo hago hoy. Expectante de lo que va a suceder. Como un niño que quiere acapararlo todo. Con la sonrisa en la cara. Nerviosa. Levantando y abriendo los ojos. Dispuesta a conocer…

CADA


P.D. A: F, para que rías cada día más. Y a E, para que levantes y abras los ojos.

CUENTOS QUE NOS CONTAMOS A NOSOTROS MISMOS



Hoy quiero compartir una experiencia muy, muy personal. Habitualmente no soy tan autobiográfico, aunque evidentemente mis escritos tienen un nexo de unión con mi vida cotidiana, pero hoy quiero compartir con todos vosotros una situación que me tiene un tanto extrañado, por si en algo os puede ayudar a vosotros mismos.

Hace unas semanas participé en una actividad de desarrollo personal, de esas que luego sirven para que los amigos se rían de las cosas tan extrañas que haces y después pasen a preguntarte en qué te ayuda para poder hacerlo ellos. Más allá del contexto, lo importante es que después de esa sesión aprendí algo: No me quiero a mí mismo.

El descubrimiento me dejó un poco anonadado, la verdad. Con esto del amor, sobre todo cuando es el amor a uno mismo, a uno siempre le parece que hay suficiente. Si estuviéramos en un aula y os preguntara si os queréis, el 95% por ciento de vosotros contestaríais que sí sinceramente y un 5% restante haríais lo mismo para no mostrar en público vuestras heridas emocionales. Pero como no estamos en un aula y a la única persona que puedes engañar es a ti mismo, te pido que te tomes un par de segundos para contestar a la pregunta: “¿Te amas?”.

Probablemente, la mayoría de vosotros os habéis dejado llevar por la primera impresión de que es así, efectivamente tu autoestima es correcta, hay días que te ves guapo (o guapa) delante del espejo, eres proactivo, amable, simpático y estás valorado en el trabajo por tu capacidad para gestionar tus propias emociones y cuando no es así, nos lees a CADA o a mí para aprender un poquito más (Gracias!!).

A mí me pasó exactamente lo mismo, al principio casi hasta me enfadé. ¿Cómo que no me quiero? Pues si me quiero mucho o al menos, no sé cómo quererme más…¿Mmmm? ¿Una falla en el paraíso de mi autoconcepto? No sé cómo quererme más y si no lo sé, será que no me quiero lo suficiente…Pues vaya

En ese momento, me puse a investigar las expectativas que estaba tratando de satisfacer en los demás y me di cuenta de algo importante. Una gran cantidad de mi tiempo se va en satisfacer la idea que otros tienen de mí en vez de dedicarme realmente a mí. Es decir, me coloco un disfraz y como me resulta más fácil andar con él puesto todo el día por la calle, empiezo a pensar que ese disfraz soy yo y a partir de ese momento, mi único objetivo consiste en que nadie me quite la máscara.

Entonces me di cuenta de algo: Ese supuesto amor a mí mismo no era más que el “amor” al disfraz, porque en realidad no tenía ni idea de quién era y no se puede amar lo que no conoces.


Imagen de lasendadebaraka.blogspot.com



Así que lo primero que debía hacer era conocerme y en esas andamos, porque cumplir con las expectativas de los demás no es amor, es una forma de control, es una condición para resultar aceptado. Sin embargo, si el amor es incondicional, no puede tener condiciones, no puede ser que me quiera siempre y cuando esté en determinadas circunstancias. ¿Qué es lo que siento cuando estoy conmigo mismo?¿Sin nada más?

Al principio parece que dices bien, de vez en cuando apetece un relax, una taza de café mirando por la ventana y un poco de tele sin que nadie te moleste. Pero estar a solas con uno mismo sin nada más, ni café, ni tele, ni siquiera pensamientos…ay amigo, eso es más complicado

Te propongo un sencillo ejercicio que yo aún no he podido realizar sin sentirme ridículo: colócate delante de un espejo, sin ningún tipo de disfraz (sí, eso significa sin ropa), cierra los ojos, dirige tu mirada al vientre, sin juzgar, sólo mirando. Ve elevando la mirada poco a poco, sin pensar en ese lunar, en lo fláccida que está la piel en tal o cual lugar. Mira a los ojos de ese reflejo que eres tú mismo y di:”te amo”. Sencillamente. A ver qué pasa. A ver qué sientes.

Y después permanece contigo mismo, sin hacer nada. Observa cómo estás con la persona más importante de tu vida, con la única persona que te acompaña desde el nacimiento y la única que te acompañará en el momento de la muerte: TÚ.

Una de los aprendizajes más importantes que he tenido estos días de encuentro conmigo mismo y no con mi disfraz (disfraces, más bien) es que no hay grados en el amor, no se puede querer mucho, bastante o poco. El amor es una cuestión de todos y nadas, independientemente de cómo se manifieste. O me amo o no. Y amarme significa reconocerme, aceptarme, disfrutarme y comprenderme. Amarme significa ser y todo lo demás no son más que mecanismos de defensa para tratar de sustituir la sensación de que no tengo amor suficiente. 

Pero de ese tema, el de los mecanismos de defensa, ya hablaremos en otro momento. Espero que disfrutéis de vuestra experiencia en el espejo y sobre todo, que eso haga de todos nosotros personas más honestas, para empezar a construir un mundo mejor y sobre todo, más verdadero.

Un fuerte abrazo y feliz semana para tod@s

EDU