SIETE A UNO

Para los tiempos que corren puede parecer que hablar de los Pecados Capitales es un tema a caballo entre el atrevimiento y el aburrimiento. Sin embargo, es intrínseco al ser humano cometer errores, ya sean éstos sin querer o queriendo y es, además, intrínseco al ser humano que esos errores molesten soberanamente al resto y tomen la forma de lo inconcebible, de lo que comúnmente entendemos como lo que nunca debe hacerse o, más extendidamente, pecar.

Pecar es humano y errar lo es aún más.

Cuando pienso en la palabra "Pecado" imagino una lluvia de ideas de palabras diversas que se interrelacionan: Iglesia, prohibición, castigo, tabú, vicio, sexo, lujuria, pereza, gula, ira, envidia, codicia, soberbia...

Y, son precisamente las siete últimas palabras las que constituyen, para los cristianos, la lista definitiva de los Siete Pecados Capitales. Una lista maldita a evitar en aras de saltarse la condenación eterna.

Siempre me he preguntado si esos siete eran los más importantes, lo más detestables, los más repugnantes e imperdonables de ser cometidos. 

Si, por ejemplo, la gula era tan indigna; si lo era más que la crueldad. Por qué se contempla la pereza y no el miedo. Por qué no se consideran el enfado, el abatimiento, la impaciencia, el odio...

Para empezar, es necesario entender que un pecado no es una mala obra, sino un mal sentimiento. Y un pecado capital es la raíz que lleva a otros pecados diversos.

Visto que unos caben dentro de otros, voy a abrir aquí un capítulo en el que iré desglosando semana a semana, con mi sorna característica, los pecados más representativos de la especie humana.

SIETE A UNO: LA CODICIA

Según la rae (2001), la Codicia es el afán excesivo de riquezas y el deseo vehemente de algunas obras buenas.

Dejando a un lado el apartado materialista del término, me gustaría centrarme, en realidad, en El Egoísmo que, seguramente, a todos nos suena menos a posesiones y más a un comportamiento subjetivo que implica pensar en mí antes que en nadie.

Egoísta es el que no comparte aún pudiendo, el que reparte con pocos aunque le sobre para muchos, el que se cuela en una fila, el que acumula sin necesidad, el que no respeta las normas comunes para llegar antes, el que escala puestos pasando por encima del resto, el que se come rápido su plato para repetir el primero, el que chupa un caramelo a escondidas... Egoísta es cualquiera de nosotros cada día.

Pero egoísta también es el que no se esfuerza por empatizar y actúa en beneficio propio justificando su conducta según las coyunturas del momento.

Es ese amigo "geta" que todos tenemos. Aquel que necesita un préstamo para ir de copas; tu coche para impresionar a una chica; tu libro favorito para calzar la pata de una mesa; tus zapatos de los domingos para pasear bajo la lluvia…

Es, en definitiva, un ser narcisista tan adorable como detestable, lo que ha provocado entre vosotros una relación extraña en la que tú sientes que ya debes aceptarle como es, él piensa que no ocurre nada y un tercero, que observa desde fuera, te recuerda lo idiota profundo que eres.

Pero el tema está en que el egoísta no cree serlo. Es un modo de vida. No es un engaño cruel ni premeditado. Por eso, él no lo entiende. Él sólo quiere alcanzar la felicidad a marchas forzadas. Y en su intento de lograrlo, se salta toda ética sin apreciar el daño. 

Piensa que no hay malas intenciones puesto que pide, pero no roba. Juega al tira y afloja, pero no obliga. Decide lo que hará sin contar contigo, pero tampoco te pedirá que saltes con él desde un edificio en llamas.

Al final, el problema del egoísmo no reside en el egoísta. El problema del egoísmo lo tienes tú; que no soportas pero tampoco abandonas. Que te has enganchado a su causa para poderte buscar una excusa de lo mal que ejecuta el otro, sin darte cuenta de que tú siempre has podido decidir si seguir bailando a su son o apartarle de ti.




Así pues, la codicia es el pecado de todos los que no pecan. El pecado de los que consienten ser acaparados.

Cuando lo descubres, te sientes manipulado y estúpido al mismo tiempo. No sabes ponerle fin. Empiezas a ver el mundo desde el prisma de los dos grandes grupos sociales. Uno minoritario y voraz. Listo, calculador, rápido y frío. El de los que no tienen ningún problema con el resto. Y otro mayoritario, ético y bondadoso; pero, por el contrario, infeliz.

No ves más allá y quieres saber en qué grupo estar. Pero nada te parece coherente. 

Entonces, alguien te dice: “piensa en ti”. Hagas lo que hagas, piensa en ti.

¿Pensar en mí? Pero… ¿cómo? ¿A corto, medio o largo plazo?

No voy a tomar la misma decisión según el alcance de las consecuencias de mi propio pensamiento.

Por ejemplo, si proyecto estar con alguien, a corto plazo pensaré en satisfacer el deseo, a medio plazo en casarme y a largo plazo, en divorciarme…

¿Qué debería pensar?

Pensar en mí es egoísta y no hacerlo es estúpido.

Quizá la solución sea auto-codiciarse al máximo. La auto-codicia no es reprochable. Es ser aprovechado con uno mismo. Es la lucha sin cuartel por encontrarse. Es, sin reprobarse, ser la persona que soy y la persona que quiero seguir siendo…

CADA.

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