SIETE A CUATRO: LA ENVIDIA

La envidia, según la RAE, es el deseo de algo que no se posee.

¡Qué contradictorio es pensar que se trate de un pecado capital cuando desear poseer algo es lo que se llama “tener objetivos”!

Ascender: poseer un mejor puesto de trabajo
Vivir en pareja: poseer amor
Sentirse sano: poseer salud
Llegar a fin de mes: poseer dinero


La posesión es inherente a nuestras vidas y, sin embargo, nuevamente hablamos de una palabra mal vista. Lo suyo es llamar a las cosas por su nombre. Un puesto se alcanza, un amor se disfruta y comparte, la salud se agradece y el dinero… ah! ese sí! como también está mal visto ese sí se puede poseer…(Estoy tratando de ser irónica)

Seguramente podríamos hablar mil horas acerca de por qué las cosas de tipo material sí son posesiones y lo que no es material y abarca lo sentimental e inherente al propio ser humano, no debe tratarse como una posesión. Pero lo cierto es que, en el anhelo constante de autojustificar que nuestra existencia no sea tan mundana, nos pasamos la vida etiquetando con palabras bonitas lo que, en realidad, todos deseamos POSEER con todas las letras.

Así pues, la envidia es el pecado de todos y cada uno de nosotros. El pecado constante de querer alcanzar los objetivos racionales de la vida, pero diciendo al resto lo profunda que es la existencia, para no ser yo el primero en reconocer que, aunque es lógico, he pecado.

Tendemos a pensar que la envidia es querer lo que otro tiene y yo no tengo. Envidia es el cubo que tiene el otro niño en el parque; envidia es ese helado de chocolate; envidia es lo bien que cocina la abuela; envidia es el viaje a Japón que se ha pegado mi vecino; envidia es todo lo que aún no tengo, pero tendré.

Ese es el fuero interno de la envidia. Ver mi posicionamiento actual, el punto al que quiero llegar y trazar un camino. La envidia es un GPS. Y un GPS es una herramienta muy útil, aunque no exenta de inconvenientes; en especial dos. El primero de ellos, cuando lo utilizamos siempre dejamos de saber llegar a los sitios por nosotros mismos y, el segundo, sin señal GPS se sigue marcando el punto de destino pero se pierde la trayectoria a seguir.

En el mundo de la envidia pasa muchas veces eso. Sabemos a dónde queremos llegar, pero no qué camino coger. ¿Cuál es el camino que te lleva hasta donde quieres? La búsqueda intensiva del camino apropiado puede convertirse en una lucha cruenta que llegará a dejar tu existencia exhausta. Pero lo peor de todo es que esa lucha no te garantizará jamás que alcances lo que buscas.

Ya comenté en otro post acerca de la famosa conversación entre el Gato y Alicia cuando ésta le pregunta qué camino tomar y el gato le sugiere que si no sabe dónde quiere ir poco importa el camino. Ya en esa ocasión defendí la postura opuesta. El camino sí importa. El camino lo es todo. Y lo es todo porque incluso cuando sabemos con total claridad el sitio al que queremos ir, el propio camino podrá hacernos cambiar de idea a medida que descubramos nuevas oportunidades en él.

Lo que me hace tropezar en la trayectoria que sigo puede generar que me detenga, que cambie de camino o, incluso, que atesore el obstáculo y me lo apropie.

Al final, todos deseamos lo contrario de lo que tenemos. Porque lo lógico es que lo que se quiere tener sea algo que aún no se tenga.

La envidia es el pecado de las contradicciones. Pero de unas contradicciones que podrían estar justificadas o, según se mire, no tanto.




Humano es desear lo prohibido. ¿Prohibido???? Como yo soy de las que piensan que en la vida nada es imposible, también es inherente a esta filosofía de vida sostener que nada está prohibido. Para mí, prohibido sólo es aquello que no es digno de llamarse humano.

Así pues, si lo prohibido como tal no existe, de lo que sí puede hablarse es de lo ético, lo viable y lo apetecible.

El camino está lleno de cosas apetecibles. Algunas de ellas se comportan como temidas tentaciones que la interna hambre voraz te demanda incansablemente pero, al mismo tiempo, una vocecita interior te recuerda que no todo lo apetecible es ético.

Sin embargo, y por añadir una dificultad más a la lucha interior, lo que es o no ético y lo que te apetece más o menos, nada o poco tienen que ver con su viabilidad. Existe una montaña de cosas viables de ser alcanzadas. Pero, todas son éticas? Otras completamente viables y éticas no nos resultan apetecibles; justo lo contrario de las no éticas pero viables.

Cuando por fin algo es apetecible, ético y viable se convierte en posesión. Y ya no es mi propia envidia, sino la envidia de otros. Lo que para mí deja de ser envidiable corre el riesgo de perder interés.

Y es así cómo actuamos los seres humanos. Llevados por el deseo, luchando interiormente. Siempre. Sin tregua. Para desear y poseer. En un toma y daca constante que, si no nos ha enseñado y demostrado lo estresante y poco reconfortante que es la experiencia de la insatisfacción, nos ha hecho, sin duda, sentir vivos…

CADA.

Para G. Por sentir en su propia piel lo que es viable pero no ético, apetecible pero no prohibido. Por ser humano, como todos. Sencillamente, por estar ahí.

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