LA HORA DE LA VERDAD

Ocasionalmente podemos sorprendernos con el pensamiento tenebroso de que ciertas incomodidades de la vida nunca vienen solas. Acumulando optimismo tenderemos a creer que la vida en sí no es tan mala. De hecho es una especie de regalo divino. Algo maravilloso pensado para el disfrute. Así que, si todo se está dando mal y nos hemos rodeado de energía negativa, seguro que por ahí fuera hay males mayores y, desde luego, todo pasará antes o después, lo creamos o no, aunque en este preciso instante la montaña parezca inescalable.

Mirar por la ventana, desde alturas considerables, dota al espíritu de perspectiva. En ese instante las frases escuchadas las últimas semanas comienzan a agolparse en el cerebro como si de un cajón desastre se tratara. La vida es muy “cabrona”; la vida es corta porque algo bueno tenía que tener; el paisaje perfecto viene tras una tormenta; siempre hay una salida, etc.

Llegados a este punto conviene rebobinar. Las dinámicas de este tipo son terriblemente oscuras, porque con la luz apagada tendemos a no encontrar nada y a tropezar constantemente. Es importante detenerse y decirse a uno mismo que se puede recuperar el control.

Los mejores argumentos no son las palabras de ánimo. Los juicios excelentes son aquellos que se cargan de auto-control. Tu vida es tuya y de nadie más; si alguien no lo ve es problema suyo. Si algo te resulta mágico, disfruta de su magia. Todos los actos tienen consecuencias y éstas son inevitables. Todo depende de ti y si no empiezas a hacer que las cosas funcionen en tu interior, tampoco lo harán fuera porque el exterior es un fiel reflejo de lo que llevamos dentro.


(Imagen de: andoni-sinbarreras.blogspot.com)


Cuando se asume la verdad, por imposible que parezca, se descubre que cada uno de nosotros tiene un gran poder sobre los hechos que le rodean, se empieza a interiorizar ese control. A partir de este momento se comenzará a tener el dominio de la situación, a ganar fuerza. Poco a poco sientes auto-capacitación. Llega la toma de decisiones. Algunas drásticas. Y las cosas se van colocando, poco a poco, una a una, en su sitio. Los pasos se emprenden uno detrás de otro, con cautela, con miedo a no poder volver atrás. Y cuando se decide no mirar atrás, la vida empieza a girar en otra dirección y los instantes de luz reaparecen.

La hora de la verdad ha llegado. Los momentos de felicidad comienzan a vislumbrarse y, si bien no piensas que la vida pueda hacerte en sí feliz, puedes plantearte cuánto dura un momento. Y éste, si es oportuno, no es cantidad, es intensidad.

Siempre que estoy en un cementerio o en un hospital pienso que, mientras yo estoy en ese lapso crucial, tan delicado e infame, habrá dos personas besándose bajo una farola; alguien disfrutará de un concierto; existirá una cena de amigos que se divierten; en este mismo minuto, unos padres estarán viendo nacer a su hijo… Alguien besa, alguien sonríe, alguien siente que esta es su mejor circunstancia mientras yo me siento hundida en la miseria. ¡Para cuánta gente este instante será recordado como magnífico!

La hora de la verdad ha llegado. Este es mi momento. Y también el tuyo. Porque la vida son momentos; y algunos son muy duros.

¿Cuántas veces tenderemos a pensar que los astros se han alineado en nuestra contra? ¿En cuántas ocasiones mencionaremos que todo vino contracorriente o que el karma nos jugó una mala pasada?

Pero, ¿qué pasaría si, en realidad, los astros confabulasen en contra por una buena causa? ¿Y si fuera cierto que las experiencias negativas no son sólo aprendizajes, sino también caminos para llevarnos a otra realidad?

Quien quiera vivir en la oscuridad eterna no tiene más que seguir ensombreciendo su camino. Para no ver basta con cerrar los ojos.

Ahora mismo, en algún lugar del mundo, alguien acaba de despertar. Ha sacado ambos pies de entre las sábanas y los ha plantado con firmeza sobre el suelo. Aún sentado en la cama ha mirado al frente y ha visto su reflejo en un espejo. Ahora mismo, en algún lugar del mundo, alguien acaba de asumir el control…

CADA.

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