EL ERROR MÁS TONTO DE NUESTRA VIDA



El post de hoy está motivado por unas cuestiones que aunque no vienen al caso me han hecho reflexionar acerca de algunas cuestiones que me gustaría compartir con tod@s vosotr@s.
En ocasiones ser testigo de algunos errores te hace caer en la cuenta de los mismos procesos erróneos en los que estás inmerso y eso, de alguna manera, es lo que quería transmitir hoy.
Uno de esos errores frecuentes, tan frecuentes como difíciles de captar, es la ilusión de las expectativas. El ya famoso tema de “cuando tenga tal me sentiré cual”. Muchas veces a lo largo de nuestra vida nos boicoteamos a nosotros mismos manteniendo situaciones con la ilusa esperanza de que algún día, por arte de magia, cambiarán. Cuando el famoso día llega, nos damos cuenta de que no sólo no han cambiado, sino que no hay muchas posibilidades de que lo hagan. Entonces llega la frustración, la envidia y el enfado.
Aunque parezca mentira, todas estas emociones proceden de un mismo y único error: creer a pies juntillas que somos una cáscara de nuez en mitad de un tormentoso océano que nos lleva a la deriva a su antojo.
En mitad de ese oleaje inmenso, consideramos esa situación como real y tratamos de controlar el océano desde nuestra pequeña nuez, cuando la realidad es que somos tanto el océano como la cáscara. De esta manera las tribulaciones no son más que vanos intentos de hacernos naufragar a nosotros mismos, lo cual, obviamente, es imposible.
¿Solución? Dejar de esperar. Si las cosas son lo que son, en algún rincón de nuestra alma sabemos, con la certeza absoluta que aporta la verdad, que tenemos el poder para dominar el mundo, pues somos el mundo. Es evidente, o al menos debería resultarlo, que si creemos que no somos más que una mísera cáscara sometida al azaroso ritmo de las olas, nos sentiremos insignificantes. Ahora bien, ¿es esa la realidad de las cosas? Sinceramente creo que no. La realidad es bien distinta. No hay nadie, repito, nadie, ahí fuera tratando de hacerte la puñeta.
Por un lado, creer que somos tan insignificantes es una patente falta de amor hacia uno mismo, por otro, pensar que el mundo es un gran montaje construido con el único fin de fastidiarnos la existencia, es de una soberbia tan demente como irreal. 



¿En qué quedamos? Yo creo que uno de los mayores errores de nuestra cultura es que nos enseña a igualar sacrificio con amor.
Observando detenidamente este suicidio emocional uno se da cuenta de lo absurdo del asunto: yo me sacrifico por ti en prueba de amor, esperando, en buena lógica, que me demuestres con tu sacrificio cuánto me amas. De ahí, con un solo giro de tuerca, me cargo la mismísima fuente del amor y lejos de darme cuenta, sigo sacrificándome en un vano y desesperado intento de obtener a través de ese nefasto chantaje emocional, lo que yo mismo no soy capaz de regalar ni de regalarme, haciéndote además, culpable de toda la frustración y el miedo que esta locura me genera.
¿Cómo puede la desesperación convertirse en esperanza por arte de magia?¿Cómo puedo esperar recibir amor si la fuente del amor soy yo mismo y no he hecho nada para que mane? Y la vida, o el infierno en que la hemos convertido, continúa su paso triunfal enganchado a este tiovivo demente, inmersos en los mismos juegos, variando únicamente sus infernales máscaras.
El amor, amigos míos, no tiene nada que ver con el sacrificio, el amor es paz, disfrute y alegría y todo lo demás es miedo, miedo a descubrir que esa nuez nunca existió y que lo único que queda es el océano. Nosotros, cada uno, somos los responsables de convertirlo en un paradisíaco mar azul de arrecifes coralinos o en la peor tormenta de las que pueblan nuestras más espeluznantes pesadillas.
Sinceramente, os deseo desde estas líneas, que elijáis las perlas y el coral, desterrando, de una vez por todas y para siempre, las odiosas pesadillas que nos encadenan.

Con amor

EDU

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