PERÍODO DE ADAPTACIÓN

Si buscamos la definición de “Período de adaptación”, encontraremos Webs en Internet que, en resumen, lo definen como un proceso de aceptación de la separación de los padres. Es un intento de adaptarse poco a poco a no estar en casa.

Para ser sincera y entrar rápidamente en materia diré que siempre me ha parecido un proceso de “alargamiento de la agonía”.

Los niños tienen una plasticidad inmensa para reajustarse a las nuevas situaciones debido a sus cortas experiencias de vida. Como los conocimientos previos a edades tempranas son limitados, para el infante todo es nuevo y, por tanto, digno de ser explorado.

En la incorporación del niño al mundo escolar inciden varios factores. El que más preocupa a la sociedad es el apego. Como es lógico, el menor está apegado a sus padres y, más aún, a su madre. La necesidad de manifestar y vivir ese apego es constante. Estar con mamá es mejor que ninguna otra cosa en el mundo. De esto no puede cabernos duda alguna. Sin embargo, los pequeños períodos separados ayudan a desarrollar autonomía para ambos implicados.

A donde realmente quiero llegar es que, como es lógico, a los niños puede costarles el hecho de tener que salir de su casa para entrar en un lugar desconocido. Suena incluso traumático pensar en dejar el calocirto de la familia para pasar un montón de horas con un grupo de niños tan asustados o más que uno mismo y unos adultos que, a priori, no parecen tener interés en besarte más que a nadie.

Sin embargo yo me pregunto, ¿esa situación es susceptible de mejorar por el hecho de prolongarla?

Suena casi absurdo el rollo este de a poquitines. Hoy te dejo aquí una hora, mañana dos y cuando menos te lo esperas, zás, te tiras el día entero.

Pensando en la capacidad de adaptabilidad infantil, suena un poco más sensato entender que la nueva situación es la que es.

De media, los niños tardan un mes en adaptarse al colegio por primera vez. Los maestros reconocen que los nenes de tres años se pasan el mes de septiembre entero llorando (por contagio entre ellos).

Decidir si aplicar o no unas reglas de “período de adaptación” es más o menos conveniente debería estar avalado por amplios estudios y no por teorías insulsas.

En mi experiencia hay factores que inciden mucho más y absolutamente decisivos de cara a un buen afrontamiento y éstos, muy señores míos, están completamente asentados en la familia y en cómo los padres actúen.




Irse de casa unas horas al día NO es malo. Lejos de ello, es absolutamente beneficioso. Se explora el mundo, inmunizan las defensas y hacen grandes amigos. Ir a la escuela abre un mundo de posibilidades. Y es así cómo los padres debemos mostrarlo. Nuestra alegría por ese comienzo y nuestra tranquilidad por permitir que nuestro peque pase tiempo con otros compis y con profesionales.

Algunos consejos actitudinales:
-          Muestra emoción por su incorporación al centro
-          Habla sólo maravillas de lo bueno que es incorporarse a una escuela
-          Cuando entres sorpréndete de lo bonito que es todo y de lo felices que parecen los demás
-          Si ves a otro niño llorando explícale cualquier cosa que le haga pensar que él o ella no va a necesitar llorar
-          Asegúrale que si se siente mal irás a buscarle; no debe angustiarse pensando en abandono
-          Deja al niño y vete. No te quedes a ver qué hace
-          Siente tranquilidad, tu hijo no puede estar en un lugar mejor
-          No sientas estrés, ni tristeza. Siéntete bien, con confianza y seguridad

Está demostrado que las familias seguras y felices ayudan notablemente en los procesos de incorporación.
Nuestra inseguridad genera miedos en los niños.


Si el período de adaptación tiene sentido entre los 0 y 6 años, donde los niños y las niñas se adaptan mejor que los adultos a los giros inesperados del destino, entonces… ¿no tendría mucho más sentido un período de adaptación de adultos para abolir el dichoso síndrome post-vacacional?

Los adultos nos tiramos quince días tratando de ajustarnos al horario y a la rutina en el trabajo después de unas semanas de descanso.

Llegas a la oficina por la mañana y charlas un poco. Después sientes desesperadamente que necesitas un café. A las once te animas a ir viendo algunos correos. Te percatas de que realizas el trabajo muy lentamente. Todo el cuerpo te pesa… Tres días después ya te animas a ir haciendo alguna llamada de teléfono…

Quizá, si nuestros hijos nos dejasen en la puerta del trabajo con un beso y una amplia sonrisa, diciéndonos lo bonita que es nuestra empresa, lo simpática que resulta nuestra jefa y que, además, contamos con todo su apoyo… quizá y sólo quizá, nosotros también sabríamos disfrutar de una jornada feliz…

CADA.


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