SIETE A TRES: LA SOBERBIA

La soberbia es la Altivez y apetito desordenado de ser preferido a  otros (Real Academia Española).

La soberbia es un pecado que me causa contradicción. Siguiendo la definición… “de ser preferido a otros”… suena hasta lógico. Cuántas veces nos hemos dicho que para querer a los demás debemos empezar por uno mismo?

Grandioso y magnífico son sinónimos de soberbia. Sin embargo, la palabra “soberbia” nos patina en el oído. La asimilamos a “orgullo”, pero a un orgullo malo, podrido. No al orgullo de sentirse bien por haber hecho algo grande...

Cuál es la diferencia? Tan mala es la soberbia?

Heredé de mi abuela una frase que me ha acompañado desde mi adolescencia y que, durante mi vida adulta, en las aventuras y desventuras que me ha tocado vivir, he acuñado como oro en paño. Ella solía decir que la humildad no sirve para nada. Y por soberbio que esto pueda parecer siempre le encontré una lógica indiscutible, como si abrirse paso en el mundo de los negocios y en la propia vida tuviese que teñirse de la pizca justa de soberbia que se traduce en el amor propio suficiente para tener la fortaleza necesaria que, primero te hace levantarte cada día, segundo te lleva a sonreír creyendo que lo que tienes no es malo y, tercero, te pone ante el reto de poder con todo. Un día sabes que te levantarás y podrás mirar a tu legado diciéndote lo bien que lo has hecho; a pesar de la cantidad de maleza que tuviste que eliminar, lo lograste. Y ésta es la verdadera soberbia en la que muchos vivimos sumidos.

Para ser soberbio con los demás primero hay que serlo con uno mismo. Te lo tienes que creer, porque de lo contrario no funciona. Te tienes que mirar al espejo diciéndote “qué bueno soy”. Para salir a la calle pisando fuerte es necesario tener muy claras las propias fortalezas y minimizar las debilidades.

Cuando ya se han salvado todas las inseguridades sólo queda soberbia.

A partir de ese instante, hay que vivir. Y vivir no implica el mero hecho de dejarse llevar. Has salido a la calle con la cabeza bien alta, así que vas a romper la pana. Vas a tomar decisiones estando muy seguro de lo que haces. Pero la vida es como un gobierno. Hagas lo que hagas no todo el mundo está de acuerdo y, sin embargo, tienes que seguir adelante.




A veces darás un traspiés y sentirás que el proyecto te viene grande, pero eres demasiado soberbio para reconocerlo. Lo mejor en estos casos es aferrarse al sentido de pertenencia.

El sentido de pertenencia es ese que si no se tiene te dice que estás sobrando, que toca cambiar de sitio, de gente… Bueno, ese que si no se tiene, en realidad, no puede decirte nada…

Lo que sucede es que no has tenido una vida fácil. Para un soberbio la tarea no es sencilla porque mantenerse en el candelero constantemente es arduo y agotador. No puedes tomarte un respiro o te estarías siendo infiel a ti mismo. Infiel con tu propia creencia de lo bien que lo haces todo y de lo importante que eres para tu desafío personal.

Es lógico suponer que los efectos negativos del duro pasado tarden en desaparecer.

Sigues viviendo deseando que llegue el momento en el que los que te hicieron sufrir se quiten el sombrero.

Yo también me pregunto por qué vivimos más por el cuándo y el cuánto que por el qué y el cómo. Yo también me pregunto por qué. La pregunta siempre es por qué…

Pero igual que tú, querido soberbio, alardeo de mi propia soberbia. Y creo en mí. Me doy tanta fe ciega a mi misma que entiendo la mentira de los otros como la protección de sus propias creencias. Todos mentimos porque todos tenemos algo que ocultar.

La soberbia no puede ser un pecado. Ser soberbio no te hace menos bondadoso. Ser soberbio no te vuelve injusto. Aunque, en cualquier caso, da lo mismo. La bondad y la justicia no tienen nada que ver la una con la otra. Y la soberbia comienza a ser esa agotadora tontería que haces cada día.

Reconozco, igual que tú, mi soberbia. La soberbia desde el punto de vista de la creencia en mí. Pero qué voy a decir yo… La persona que hizo de su capa un sayo y del sayo la bandera que exhibir. La que miró a los demás para recordarles que cada uno de nosotros está exactamente donde ha elegido estar. Pero qué voy a decir yo…

Siempre fui más de embrague que de freno…


CADA.

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