SUPERAR EL DUELO

Esta vez nos hemos retrasado un día, según nuestras publicaciones habituales. Sentimos la espera y os agradecemos los mails con vuestras peticiones. La verdad es que ya os echaba de menos y precisamente sobre echar de menos me gustaría escribir hoy. Hay miles de circunstancias donde tendremos que afrontar situaciones de pérdida o como se suele decir, de duelo. Ya os he comentado varias veces que el duelo es una reacción normal que nos ayuda a reorientar nuestra vida, así que no quisiera extenderme demasiado en este punto, pero sí que me gustaría reflexionar un poco sobre las habilidades que podemos poner en marcha en esas situaciones.

El dolor de la pérdida se fundamenta en una reacción mental curiosa, maximizamos la alegría de la situación perdida y minimizamos los contratiempos o dificultades de la misma situación. Así que el primer intento suele ser intentar recordar todo lo malo para convencernos a nosotros mismos de que ahora estamos mucho mejor de lo que estábamos antes. Desde mi punto de vista no es la estrategia más adecuada, es cierto que no podemos sobrevalorar el recuerdo positivo, puesto que toda experiencia humana está salpicada de dificultades y caídas, pero una situación que nos ha hecho felices en alguna medida no puede quedar empañada simplemente por el dolor. Desde mi punto de vista es mucho mejor agradecer, sin tratar de apegarnos, el crecimiento, el desarrollo personal y el estado actual de quien somos, debido a todas las situaciones del pasado, las positivas y las negativas, incluido el dolor que nos aqueja.

En su memorable “El poder del ahora”, Eckhart Tolle nos habla del cuerpo-dolor. Un ente generado por nuestra mente que se alimenta del tiempo y la fantasía. Quizá sea este “otro ser” el que martillea la conciencia convirtiendo el corazón en una bomba que estalla en mil pedazos. Observar cómo me siento, sin identificarme con ese dolor, aceptando la circunstancia presente es el mejor consejo para dejar de alimentar los fantasmas y los pensamientos negativos que estimulan la tristeza del adiós.

La vida se compone de instantes y por mucho que nos duela pensarlo, el único instante importante es el que atravesamos en este momento. Podemos decidir perpetuar la ira, la confusión, la apatía y el desencanto o podemos decidir abrazar las circunstancias desde el cariño a lo vivido y la confianza en el futuro. Podemos decidir odiar a esa persona, ese trabajo, ese momento que se escapó como un fuego fatuo de felicidad perecedera o podemos decidir desear la felicidad desde el fondo del dolor que me atenaza. La generosidad es la mayor de las virtudes del ser humano. La conciencia de que el amor sigue estando presente a pesar de no ser correspondido también debe significar soltar y desear el crecimiento de quien un día compartió un trecho de nuestro camino, aceptando la separación de los senderos.



Quizá el párrafo anterior os haya parecido un cuento de hadas. Existe una técnica que nos puede ayudar a conseguirlo. Siéntate, tranquilo en un lugar en el que no te molesten. Cierra los ojos. Inspira serenamente, a la vez que observas ese dolor como si fuera un río de alquitrán negro que te invade, sólo observa, no lo juzgues, no lo alientes, no te pares a pensar en cómo has llegado hasta aquí. Expira imaginando que de ti salen rayos de luz que iluminan el mundo, como eres parte del mundo, la luz también te invadirá. Esta técnica budista parece incoherente con lo que hemos oído, pero vivir el dolor sin tratar de justificarlo ni apresarlo genera un cambio incapaz de describir.

Hay un viejo chiste que cuelga en los azulejos de algunos bares: “Que Dios te conceda el doble de lo que me deseas a mí”. Entendido de cierta forma es bastante jocoso, pero si nos paramos a pensar un instante, creo en el efecto boomerang de los deseos. Entendido de esta forma, desear dolor hará que me invada el odio, desear felicidad hará que me invada la calma y la paz.

No quiero resultar ni místico ni esotérico, pero es cierto que la paz es una conquista que empieza por uno mismo. Tenemos capacidades que ni siquiera soñamos que podemos desarrollar y la pérdida es una circunstancia inevitable de la experiencia humana, así que parece inteligente aceptar el consejo de quien ha aprendido a lidiar con ella sin apego ni frustración.

Ciertamente, cuando estamos inmersos en la situación de dolor, cuando el pensamiento nos abruma de recuerdos, los ojos se nos llenan de lágrimas y el corazón nos duele con cada latido, parece más fácil dejarse llevar, recordarnos a nosotros mismos que somos una víctima miserable y débil, pero si dejamos a un lado la autocompasión, nos hacemos valientes y conseguimos vislumbrar la verdad que subyace bajo la negra apariencia que nos rodea, la paciencia traerá sus frutos.

Hace tiempo escribí sobre el valor de la paciencia, el dolor no se esfuma sólo con desearlo, al igual que una planta no crece más deprisa por más que tiremos de ella, pero estoy absolutamente convencido de que la paz, la gratitud, el cariño y el deseo sincero de felicidad del otro constituyen la tierra, el agua y el sol necesarios para descubrir un día una mirada diferente, una mirada que haga que de pronto las nubes desaparezcan y el alma nos estalle con una nueva luz, una mirada que reflejará nuestra sonrisa y nos hará descubrir que por grande que haya sido el sufrimiento, el sol siempre hace olvidar el terror de la tormenta.

Un abrazo muy fuerte para tod@s

EDU

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