EL PODER DEL COMPROMISO

Según la televisión, la prensa y el sentir general, no vivimos en una sociedad que se caracterice precisamente por un alto grado de compromiso. Escuchamos con frecuencia una queja respecto a la poca o nula implicación que tenemos en la pareja, el trabajo, la actividad social o la influencia política.

Claro que podemos plantearnos la posibilidad de que el compromiso sea una falacia o una utopía inalcanzable. También cabe que en una sociedad caracterizada por el cambio, este supuesto valor no tenga importancia o incluso haya quedado obsoleto y por eso cae, como las hojas viejas del otoño, en el recuerdo insondable del olvido.
Ante esta perspectiva, lo primero que tendríamos que plantearnos es si el hecho de comprometernos con algo supone algún tipo de ventaja, pero antes de enredarnos en ello, me gustaría daros mi opinión particular acerca de lo que, desde mi perspectiva, es o no es compromiso.

Muchas personas asumen el compromiso como una cárcel, el fin de la libertad, quedando reflejado en fiestas del tipo “despedidas de soltero/a” donde uno se despide de aquellas supuestas diversiones que enterrará para siempre una vez tomada la decisión. El compromiso no debe ser la consecuencia pasiva de un acto determinado, por muy importante que sea. Ser plenamente consciente de las decisiones implica ser consciente, igualmente, de las consecuencias que origina. Aunque evidentemente, hay consecuencias que son imprevisibles, puesto que las circunstancias que marcaron el inicio quizá varíen a lo largo del tiempo, modificando las reglas y las normas de lo pactado.

Precisamente esta es una de las claves para seguir comprometidos en cualquier tipo de relación y la puerta de esa supuesta “cárcel” con que la cultura popular ha rodeado los distintos compromisos que se dan en nuestra sociedad. Cualquier acuerdo puede redefinirse, constantemente, de hecho, debe hacerlo para que la relación continúe por los cauces inalienables de la libertad individual. El desarrollo es una constante de la condición humana, hasta tal punto que un trabajo, una pareja, un esfuerzo de cualquier tipo que impide nuestro propio desarrollo individual pierde todo el valor, convirtiéndose, ahora  sí, en una auténtica condena. Sin embargo, cuando somos capaces de modificar los acuerdos alcanzados en función de nuestros desarrollos individuales, tanto la relación como las partes implicadas en ella consiguen salvar los obstáculos que amenazan con abortarla.

Podemos definir el compromiso, pues, como una condición libremente elegida y aceptada, que me permite desarrollarme como ser individual a la vez que genera una entidad de una clase superior a los individuos que la mantienen. En este sentido, comprometerse es decidir compartir mi camino de la mano de “alguien” (una persona, una empresa, una inquietud…), sabiendo que ese camino conduce hacia mi propia liberación y hacia la de quienes comparten el sendero.



Ahora, algún lector podría objetar que para alcanzar ese tipo de crecimiento, es mucho más sencillo caminar solo. Podría ser, pero como ya comenté en algún post anterior, la felicidad no es una estación de término, sino un tránsito entre dos estados de desarrollo. Sin el tenaz esfuerzo que supone alcanzar cualquier tipo de meta en la vida, es imposible llegar más alto y la vida se convertiría en un plano yermo de autocomplacencia, sin más destino que la apatía.

Compromiso es sinónimo de esfuerzo, de acuerdo, pero por ello mismo también es sinónimo de felicidad. Caer supone levantarse, apoyar las manos doloridas en el suelo, reafirmar los pies y exclamar con sinceridad: “Yo puedo”. No como un mantra ingenuo, sino con el convencimiento y la certeza de que, efectivamente, estoy hoyando los pasos de mi propio destino. Uno puede andar mucho en distintas direcciones, pero no conozco nadie que haciendo eso haya conseguido llegar a ningún lado. Ese llegar es la felicidad, ese llegar es el premio imperecedero de haber conseguido una más de las muchas metas que puedo alcanzar a lo largo de la existencia.

Cualquier proceso está plagado de avances y retrocesos, cuando aparecen éstos, es cuando las personas comprometidas sacan a relucir todo su poder. Ya estemos hablando de estudiar una carrera o escribir un libro. Cualquier tarea atraviesa por momentos en los que creemos que los desafíos están más allá de nuestras habilidades. Sin embargo, esa realidad no es la única lectura posible. Comprometerse con esa tarea me permitirá ajustar la situación a mis propias capacidades, aumentar mi nivel de competencia y resolver finalmente el problema, en un proceso de flujo constante, como un bailarín que haya decidido tomar de pareja el universo entero.

Os deseo que seáis capaces de comprender la fuerza del compromiso para seguir avanzando en vuestras metas, que podáis entender, en el momento de la caída, que es mucho más importante levantarse, que tengáis la absoluta seguridad de, como decía un gran amigo mío: “Los proyectos son más importantes que las circunstancias”

Feliz semana a tod@s

EDU

2 comentarios:

  1. Y el trayecto es más importante que las metas...

    ¿Pero qué pasa cuando uno se cansa de sus compromisos? ¿Qué ocurre cuando no encontramos ningún compromiso lo suficientemente fuerte como para ser eterno?

    Creo que no es tanto el auto-comprometerse como el auto-satisfacerse...

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  2. Querid@ Amig@, muchísimas gracias por tu comentario, que estoy seguro que a todos nos hará reflexionar un poco más sobre este tema. Yo creo que no es cuestión de encontrar "algo". En "Establecer tus propias reglas" ya hablaba sobre ello, sino de crear, en ese trayecto del que hablas, las condiciones para seguir comprometido mientras te satisfaces. A veces nos hacen creer que estos dos conceptos son opuestos, pero cada vez tengo más claro que son las dos caras de la misma moneda...Estupendo tema para otro post, por cierto. Un abrazo muy fuerte

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