LA VIDA ES SENCILLA, SIN MÁS

Un día de las últimas semanas, hablando con CADA, se me ocurrió una frase de esas que todos tenemos a cada momento: “No es lo mismo ser sencillo que ser simple”, una idea peregrina más de no ser porque entonces entraron en juego las sinergias amistosas de mi compañera y su mirada se iluminó de pronto: ¡¡Qué buena idea para un post!!

Y aquí estoy, algunas semanas después, tratando de rescatar ese guante blanco…Y lo primero que pienso es si realmente esa idea peregrina es cierta…Decididamente sí, pero ¿nos ayuda eso de alguna manera?
Pues quizá podríamos pensar que la sencillez es una virtud que podemos educar en nuestra vida, en contra de la simpleza, que no es que sea un defecto, pero en muchas ocasiones nos puede confundir.

Entiendo la sencillez como aquella cualidad de las personas por las que elegimos decir lo que queremos decir, hacer lo que queremos hacer y reconocer lo que sentimos (porque los sentimientos no pueden decidirse) sin culpas ni represiones de algún otro tipo. Hasta aquí realmente no hay nada nuevo, pero en muchas ocasiones nos dejamos llevar por condicionamientos que empiezan a complicar lo que parece tan sencillo.

Supongamos la siguiente situación, un chico conoce a una chica, charlan, se caen bien y deciden quedar a cenar. La sencillez consiste en pedir algunos platos, quizá una botella de vino, algún postre y si la hora y los gustos son propicios, un café para cerrar la velada y alargar la sobremesa. Disfrutar la cena significa en este contexto que la comida está sabrosa, el vino generoso y el servicio y la compañía agradable…Perfecto, ¿no?

Pues parece ser que no, al día siguiente los amigos del chico, comienzan con su tercer grado particular. ¿Cómo es? ¿Qué pasó? En el contexto masculino general, que suele caer en lo simple, esto viene a traducirse en: Dinos cómo es físicamente y ahórrate decirnos qué pedisteis, lo importante es si terminasteis en su cama.
Del otro lado, la cohorte femenina tampoco escatima en preguntas, lo cual viene a traducirse en quedar a la hora del café, a ser posible pidiendo la tarde libre en el trabajo, sentarse a una mesa, pasar del café a la merienda, de la merienda a la cena, de la cena a las copas y de las copas a la madrugada para diseccionar, desbrozar, inspeccionar, pasar a través del microscopio, dar la vuelta, la revuelta y el través a cada una de las palabras, sílabas, fonemas y gestos que acontecieron durante las dos horas de la cena de la noche anterior.

¡Pero de qué estamos hablando! La siguiente cita, si con mucha suerte la hay, los dos estarán más pendientes de interpretar lo que el otro dice que de sencillamente disfrutar lo que se está diciendo…Y es muy probable que este sea el fin de la historia.




Pues yo me niego, me niego rotunda y profundamente, me niego absoluta y completamente. Abogo por una vida donde cuando alguien me dice “A” yo quiero entender “A” y no una ecuación más parecida a la demostración euclidiana de los movimientos celestes en esta y las demás posibles dimensiones de la existencia. Que me niego, vamos…Igual que me niego a tener que justificar mis sentimientos, mis actos y mis palabras, porque cuando digo que quiero cenar contigo, estoy diciendo que quiero cenar contigo y punto. Que luego suceden otras cosas será porque sucedan, pero no porque la cena forme parte de una estrategia que dejaría al “desembarco de Normandía” a la altura del argumento de La Cenicienta.

Pero para llegar a ese grado de sencillez, realmente uno tiene que tener una vida, una vida llena de aristas, de matices, de experiencias, en definitiva, uno tiene que tener una vida que compartir con alguien, en el trabajo, en la mesa o en la cama, eso es lo de menos. Y aquí entra el segundo personaje de toda esta comedia, que es nuestra querida amiga simplicidad.

Porque el sencillo se rige por el momento presente pero el simple no tiene momento, aquel que no habla por no pecar (agradeciéndole a mi madre la enseñanza de tan ilustre aserto), probablemente no pierda, pues difícilmente puede perder el que no tiene. Ser simple supone quedar a la expectativa de cometer los menos errores posibles, pero no cometer errores tampoco puede darnos ninguna pista acerca de los aciertos que conseguimos en nuestra vida, si es que conseguimos alguno.

La sencillez está relacionada con el crecimiento y la decisión consciente, la simpleza está relacionada con la monotonía y el aburrimiento. Desde luego que haciendo las cosas del mismo modo, con la misma gente, a la misma hora y en el mismo sitio, no hay espacio alguno para la ansiedad. Pero desde mi punto de vista, eso se parece mucho más a la existencia de una seta que a lo que considero una vida humana (dicho sea desde el más profundo respeto hacia la vida parasitaria del hongo).

La sencillez, por último, supone una apuesta por la vida en plenitud. Dejar de un lado las expectativas, los condicionantes, el qué dirán y centrarse en quién soy, dónde quiero ir y con quién quiero compartir eso ahora, en este mismo instante. Ser simple también supone no tener expectativas, pero por la pura pereza imaginativa de considerarlas. Así que amig@s mí@s, no os equivoquéis, compartir un segundo con alguien sencillo puede ser una experiencia apasionante, no lo confundáis con la simpleza bostezante. Y evidentemente, si os encontráis con alguien sencill@ y os propone salir a bailar…tranquilidad, es que sólo quiere bailar…¿Bailamos?

Feliz y sencilla semana a tod@s

EDU

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