LOS FANTASMAS DEL PASADO

No podemos huir de nuestro pasado. Es más, no sabemos escapar de los hechos que marcaron nuestra existencia. Ni siquiera logramos escondernos de las puertas que creímos haber cerrado. Correr en dirección contraria nunca es una opción válida. Encerrarse en una cueva no es suficiente para salvarse del vendaval. Los fantasmas siguen ahí, esperando ansiosos para atosigarte en tu momento de máxima vulnerabilidad. Y, conociendo esta gran verdad, lo mejor que puedes hacer es enfrentarte a ellos cuanto antes. Zanja todos aquellos asuntos pendientes y no permitas que ningún cabo quede suelto. Porque la vida es cíclica y necesitarás estar resuelto contigo mismo antes de poder abordar el resto.

La realidad más incondicional que existe es que siempre te acuestas contigo mismo, así que más vale que estés a bien.

Cuando tratas de librarte de una soga, también pretendes sincronizarte con los demás. El ser humano, tan social como parece ser, tiende al refugio permanente de los otros. En tiempos de soledad ansiamos el calor de un compañero. Un polluelo necesita un ala bajo la que cobijarse. Sin embargo, no percibimos que el primer ser humano al que rendirle cuentas es ese que se refleja frente a ti en el espejo. No hay nadie más importante que te consuele cada noche ni nadie más querido a quien darle consuelo.

La auténtica tortura se apodera de tu ser cuando aún se mantienen vínculos, ya sean reales o emocionales; porque cada vez que vuelve ese fantasma del pasado te deja harapiento, como un trapo en el que sólo queda todo el polvo recogido.




Si supieses mirar más allá de toda tu oscuridad descubrirías que sigue estando todo en tu mano. Cuando creíste que estabas recomponiendo tu vida te diste cuenta de que aún estabas recogiendo los pedazos. Decidiste no dejar de amar ni un solo minuto; pero también, en todo este tiempo, habías aprendido a quererte, cada día, un poquito más. Aunque no puedas creerlo y sientas que no debes permitírtelo, tienes derecho a seguir queriendo a quien ya no merece tu amor. Y, por tanto, tienes todo el derecho del mundo a llorar la pérdida, aunque ya nadie pueda entenderlo. Porque el corazón sigue siendo ese pequeño estúpido que nunca aprende la lección.

No se puede ayudar a alguien que ha caído en un pozo si, con su sufrimiento constante, te ha arrastrado a la profundidad del interior. Si tú también estás en lo más hondo, no alcanzas a auxiliarle.

Sin lugar a dudas, el trabajo más difícil de esta vida es aceptar. ¿No debería ser más fácil asumir lo que nunca va a poder ser?

Cuando se asume que los fantasmas del pasado hay que enfrentarlos contundentemente y sin temor, se toman decisiones acertadas que provocan la paz interior. Pero al unísono, el vacío se apodera del alma y una tenue vocecita entre las sombras te dicta la consabida receta “el duelo hay que pasarlo”.

La pregunta es si el duelo se supera o deja manchas en el expediente…

CADA.

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