YA ES PRIMAVERA...

No, esto no es un anuncio de ninguna conocida cadena de moda, ni tampoco me he vuelto loco con el calendario, soy perfectamente consciente de que la primavera está mucho más cerca del final, dando casi paso al verano, que de su equinoccio. Sin embargo, los vaivenes emocionales muchas veces nos dejan algo maltrechos, tanto como para no ser plenamente conscientes de los brotes verdes que resurgen en nuestra vida.

Desde que hace muchos años una persona especial me regaló “El Alquimista” de Paulo Coelho, hay una frase que me ha ayudado en situaciones comprometidas: “La hora más oscura es la que precede al amanecer de un nuevo día” Y es cierto, por eso quería compartir con todos y todas esta reflexión.

¿Cuántas veces nos levantamos con el alma cubierta de escarcha, aunque el tiempo atmosférico anuncie sol a raudales? ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por el desánimo inconsciente de los condicionamientos más arraigados, en vez de poner la conciencia y la atención en cada una de las maravillas que podemos admirar a cada instante? La primavera hoy no es una fecha en un calendario, sino una actitud, un estado de ánimo que anuncia el resurgir de la magia y las maravillas.

Quizá penséis que tanto reflexionar sobre las actitudes, los deseos, los empeños y los anhelos humanos ha terminado por desestabilizar mi ya de por sí precario sistema neuronal, pero nada más lejos de la realidad. Hace mucho tiempo comenté, hablando del optimismo como actitud fundamental en nuestra vida, que las personas optimistas están mucho más cerca de la realidad que los pesimistas, puesto que son capaces de reconocer las oportunidades donde los demás no ven más que simples pruebas de fracaso.

Y aunque en numerosas ocasiones se suele decir aquello de “consejos vendo que para mí no tengo” (desgraciadamente es verdad, a veces) en otras muchas uno tiene la suerte de escucharse y sencillamente pensar “¿Qué pierdo por probar…?” Y aquí estamos, tratando de descubrir la primavera en esos instantes donde la nieve de la duda o la tristeza parece cubrir indefinidamente las tiernas yemas de los árboles.

¿Qué podemos aprender de todo este proceso? Lo primero, desde mi punto de vista, es no tener miedo. No huir o evitar todas esas situaciones que nos envuelven en un halo de impaciencia. El mundo es mágico, no lo hacemos ni lo construimos, la magia simplemente existe, a la espera de que la descubramos, a la espera de que el aparente azar nos lance una manzana cargada de eurekas. Pero esa espera es infructuosa si no nos decidimos a mirar de frente los problemas, si no nos decidimos a pisar con fuerza, a ver más allá de los conflictos. Porque es imposible escuchar el trino de los pájaros con los oídos cerrados al retumbar de los motores.



El miedo nos encoge, nos conduce a una serie de círculos concéntricos trillados y archiconocidos. Es cierto que la seguridad es un aparente refugio a la incertidumbre, pero si estamos de acuerdo, como os recordaba en mi última entrada, que nuestra vida resuelve unos pocos pero fundamentales problemas, no queda más remedio que admitir que las mismas estrategias nos conducirán irremediablemente a las mismas soluciones, igual de aparentes.

Cuando los caminos se cierran, es hora de coger por los cuernos el toro de las circunstancias. Una senda brozada no es un incentivo para alejarse de nuestros sueños, por el mero hecho de que nunca nadie haya recorrido esa senda. Seguro que si rebuscamos en esa caja de herramientas que supone nuestra experiencia pasada, encontramos un machete adecuado para aliviar la maleza y explorar paisajes vírgenes que nunca antes hubiéramos podido imaginar.

Me da la ligera impresión de que el peor defecto de nuestros tiempos de hormigón y asfalto es que hay pocas oportunidades para la exploración sincera, parece que todo está descubierto, que todo está inventado, que la creatividad es un mero adorno de marketing para las escuelas de negocios. Pero como en tantas otras ocasiones yo me niego y espero negarme rotundamente todos los días de mi existencia, a crecer en un mundo gris de amaneceres grises. El cielo de la aurora es azul, una zarca promesa de vida, de territorios por conquistar, de lugares que visitar, de gentes por conocer, de bellezas por mirar y acciones que emprender.

Definitivamente, el optimismo no es el consuelo de los idiotas. Tener las agallas suficientes para mirar frente a frente las miserias propias de cada cual, con el firme convencimiento de que nuestras potencialidades son infinitamente superiores a lo que los demás nos cuentan, no puede ser ni será nunca tarea de fracasados ingenuos. Descubrir brotes de esperanza donde otros no ven más que desesperación no es un vano intento de huir de la existencia, sino una apuesta sincera por la vida. Romper una lanza a favor del crecimiento individual es siempre un riesgo, porque te arriesgas a no ser nunca más un títere marchito, para ser el único y auténtico actor de tu realidad.

Que tengáis una semana repleta de brotes de ilusión

EDU

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