LOS YOGURES CADUCAN MUY PRONTO

¿Recordáis cuando, hace unos años, los huevos no tenían marcada la fecha de caducidad?

De pronto a alguien se le ocurrió decir que no era porque no caducasen; simplemente desconocíamos su durabilidad. Y así fue como empezaron a aparecer fechas impresas en cada huevo…

Pero yo, sigo sin fijarme en ese vencimiento y hago lo que he hecho siempre. Comprobar la viabilidad del producto.

Me gusta pensar, como a muchos, que la fecha de caducidad sólo es orientativa y que todo, en realidad, puede consumirse más tarde y prolongarse más en el tiempo.

Yo, aplico a la comida la misma ley que a todo en mi vida, la ley interna que me dice “un poquito más”. Y es así cómo creo que puedes quedarte un poquito más conmigo, que puedo llegar un poquito más tarde, que tengo un poquito más de tiempo...

La pregunta del millón es cuánto dura “ese poquito más” y si “el poquito más”, en algún caso puede ser eterno o, todo, absolutamente todo en la vida, tiene una fecha de caducidad. Creo que esto es algo que he descubierto hace poco y que se conoce como Obsolescencia programada; o lo que es lo mismo, el fin de la vida útil de un producto, proyectada por su fabricante.

Así es como se decide que un yogur caduca. Así es cómo se desperdician cientos de ellos cada día en supermercados, neveras de hogares y restaurantes.

Ahora bien, el fin programado de la vida, ¿es extensivo a todo lo que conocemos? ¿Está nuestro final previsto, como el de cualquier alimento, y en ocasiones intentamos prolongarlo un poquito más¿Todo se termina? ¿Todo? La comida se estropea, las cosas se rompen, la gente enferma...




Si todo caduca, el presente es lo único que existe.

Hace semanas comencé una búsqueda intensiva sobre algo, lo que fuera, que no caducase, se transformase o desapareciera. Algo que no necesitase agarrarnos al poquito más. Y después de analizar y observar diferentes situaciones he llegado a una conclusión. Sí que hay algo en la vida que va a más y no a menos. Algo que crece y se intensifica. Y ese algo es el amor de madre.

No importa el tiempo que pase o las dificultades que se encuentren. El amor hacia los hijos no caduca nunca.

Me pregunto si será la excepción que confirma la regla o habrá más. Puede que exista el alma, y no caduque. Puede que exista el tesón, y sea inagotable. Puede que haya bondad infinita. O, quizá, dependa de lo que cada uno esté dispuesto a aguantar sobre sus hombros de por vida.

Por contrasentido, hay cosas que desearíamos que se extinguiesen a toda velocidad y, sin embrago, parecen no acabarse nunca.

Podríamos debatir durante horas acerca de si el amor caduca o no. Seguramente alguno sostenga que el amor hacia los hijos no caduca, pero otros tipos de amor sí lo hacen. Pero también hay un amor que nos consume y no desaparece. Ese que tiene que ver con alguien que nos está volviendo locos y no puede estar con nosotros.

No estoy tan segura de que el amor caduque, aunque sí de que puede enranciar. Eso es, exactamente, lo que le ocurre al queso. Se pone verde en la nevera, cambia su sabor y sigue siendo comestible. Aunque ya no es el mismo queso que se compró.

¿Cuándo hacemos desaparecer las cosas? ¿Cuando se estropean o cuando ya no se amoldan a nosotros?

¿Cuándo estamos dispuestos a mantenerlas a pesar de las circunstancias?

Las circunstancias cambian; igual que el queso; igual que las personas; igual que las decisiones. Y nunca sabemos cuánto dura un poquito más


CADA.

P.D. A esa lectora incondicional que inspiró esta entrada. Porque no sabes cuánto deseo que tú también encuentres algo que no caduque nunca


No hay comentarios:

Publicar un comentario