¿Somos lo que hacemos o hacemos lo que somos?Vivir los cambios


El título de este post puede sonaros un poco como aquello del huevo o la gallina. De hecho ha tenido de cabeza a filósofos y psicólogos de todos los tiempos, desde la antigüedad hasta nuestros días. No pretendo daros una lección magistral sobre el tema ni hacer un resumen de historia de la psicología, simplemente compartir con vosotros algunas de mis ideas al respecto (aunque muchas de ellas no son originales, no soy tan sabio).

Hace unas semanas debatía con una amiga acerca de los cambios y de la posibilidad de cambiar. No tardamos en llegar a la pregunta que da título a este post. Mi postura inicial es que aquello que llamamos personalidad no existe como tal, es decir, no hay algo que se pueda medir y evaluar como un todo continuo y al que alguien le pueda llamar “YO”. Más bien, en consonancia con la tradición de la psicología budista (esto lo aprendí en un libro de Francisco Varela llamado “De cuerpo presente”. Gedisa 1992), eso a lo que llamamos el “YO” no es más que una sucesión de momentos. Si observamos más detenidamente nuestras vidas llegaremos a la incuestionable conclusión de que efectivamente el pasado es pasado y el futuro no ha llegado, así que sólo nos queda el instante presente (precisamente llegar a este descubrimiento es el objetivo de la meditación, pero ése es otro tema).

Y si no somos más que una sucesión de momentos que percibimos como un continuo, eso significa que podemos elegir cualquier momento para cambiar porque: ¿Qué hace que nos definamos como tímidos, extrovertidos o arrogantes? El hecho de que en distintas circunstancias y con personas diferentes tenemos una serie de comportamientos. Tomemos el ejemplo de la timidez, decimos que alguien es tímido cuando vemos que le cuesta enfrentarse a personas desconocidas o se siente incómodo en las situaciones sociales, sin embargo, decir Juan es tímido no es más que una etiqueta que nos ayuda a clasificar a Juan, pero no es nada real en el sentido de estar “ahí fuera”. Si Juan decide en un momento determinado dejar de ser tímido no tendría más que llegar a una persona y decirle “hola, soy Juan, me gustaría conocerte mejor”. ¿Dónde quedaría entonces su timidez?

Para ser honestos, habría que decir que actuar de una manera coherente en situaciones diversas va dejando un cierto “poso” que nos ayuda a comportarnos de idéntica forma la próxima vez que nos enfrentemos a una situación parecida, pero no hay absolutamente nada que nos impulse a actuar así, simplemente y aunque nos parezca mentira, es la forma más cómoda de hacer las cosas. ¿Qué sucede cuando nuestros hábitos  empiezan a resultarnos molestos o no nos ayudan a superar los nuevos retos? En esos momentos es cuando tenemos que plantearnos el cambio y cuando cobra todo su sentido nuestra pregunta inicial, puesto que si hacemos lo que somos estamos condenados a la resignación de enfrentarnos siempre igual a nuestra vida. No sé qué os parecerá a vosotros pero sinceramente, me niego a contemplar esa posibilidad, sobre todo porque he tenido la suerte de ser testigo y en ocasiones catalizador de cambios importantes en la vida de muchas personas y en la mía propia.



Llegados a este punto habría que pensar qué es lo que se puede cambiar y qué es lo que se mantiene estable en nuestra personalidad. En un libro maravilloso de Paul Watzlawick llamado “Cambio” (Traducido y editado en castellano por Herder), el autor expone que existen dos niveles de cambio. Por un lado podemos cambiar algunas situaciones de nuestra vida (Cambio-1) y por otro lado podemos cambiar las estructuras mismas que conforman nuestra identidad (Cambio-2). Supongo que es claro que el verdadero cambio se relaciona con esta segunda visión. Muy bien, pero ¿cómo llegar a cambiar realmente?.

Lo primero es atreverse a hacer cosas distintas, pues si quieres llegar a un sitio nuevo no queda más remedio que andar por otro camino. Puede que al principio te resulte doloroso o te sientas a disgusto, pero según te vas acostumbrando cada vez resulta más fácil la nueva conducta.

En segundo lugar, aprender de las caídas. Está claro que no todo va a ser llegar y besar el santo, cualquier nueva habilidad, desde montar en bicicleta hasta dominar la física cuántica, supone una serie de avances y retrocesos en el desarrollo. En muchas ocasiones los fracasos iniciales nos hacen desistir de nuestra idea original, pensamos que “no estamos hechos para esto” o la tan célebre excusa de “es que soy así y no puedo cambiar”. Me gustaría que este “post” sirviera para al menos replantearte que efectivamente nuestra vida es lo que yo hago de ella en cada momento y no lo que hice con ella en el pasado, por más que me resulte cómodo seguir haciendo las cosas como siempre.

En consonancia con lo anterior, el cambio no es posible si no hay un cambio en las órdenes o pensamientos que nos dirigimos a nosotros mismos, ¿Quién no se ha sorprendido mirándose al espejo y repitiéndose las mismas instrucciones una y otra vez?. En muchas ocasiones nuestra mente no es nuestra aliada, sino nuestro peor enemigo. Poder decirnos a nosotros mismos “voy a…” en vez de “no soy capaz de” supone el primer paso hacia un universo de posibilidades que no habíamos contemplado con anterioridad.

Algunos de los que hayáis llegado hasta aquí habréis pensado que todo es una bonita teoría, pero que no todo puede ser objeto de entrenamiento. Evidentemente por más que practique baloncesto, nunca llegaré a conseguir el nivel de Michael Jordan. Es verdad, existe cierta predisposición para una serie de habilidades, por lo cual es necesario saber identificar mis propios límites y ser consecuente con ellos. Tampoco es menos cierto que dichos límites, al contrario de lo que muchos pueden pensar, son variables y dependen del grado de destreza que vayamos adquiriendo. Si nuestro amigo Juan decidiera de la noche a la mañana dar una conferencia para tres mil personas, probablemente el miedo le atenazaría de tal forma que le fuera literalmente imposible pronunciar una palabra, pero si se enfrenta a una persona, luego a diez y más tarde a cien cabe la posibilidad de que algún día pueda, sin mayores problemas, convertirse en un orador de masas. Aprendamos del ejemplo de Diógenes, uno de los filósofos más divertidos de la Grecia Clásica, que para superar su tartamudez se metía piedrecillas en la boca y llegó a superar su timidez de tal forma que un día sucedió la siguiente historia:
Diógenes vivía en un tonel, en mitad de la plaza. Un buen día, el gran Alejandro Magno, el emperador de la Hélade, fue a visitarle. Sorprendido por su pobreza se acercó a él y le dijo:
-          Oh, gran Diógenes, ¿cómo puede un sabio como tú vivir en tan lamentables condiciones? Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Diógenes miró a Alejandro con mirada burlona, sonriendo, le preguntó:
-          ¿Puedo pedirte cualquier cosa?
-          Cualquiera, contestó arrogante su interlocutor
-          Pues apártate un poco, que me estás tapando el sol.

En definitiva, el único obstáculo que tenemos para cambiar somos nosotros mismos, ni nuestros genes, ni nuestra personalidad ni nuestras limitaciones. Cualquier momento, ocasión y edad son buenos para corregir esas “rutinas” que un día, simplemente, nos han dejado de servir, por bien que nos fueran en el pasado. Sólo me queda animaros y empujaros a ser valientes, porque sea lo que sea, el horizonte está lleno de posibilidades.

Un abrazo para todos y espero vuestros comentarios

EDU

3 comentarios:

  1. Ni si ni no, ni todo lo contrario jeje.. Me explico, desde mi punto de vista es muy difícil cambiar. Hay ciertos aspectos que son fáciles de modificar, como el ejemplo que pones de poder llegar a superar la timidez o atreverse con alguna cosa que no hubieras imaginado hacer… pero el verdadero fondo de una persona es muy difícil de cambiar. De hecho creo que es imposible de cambiar, puedes retocar ciertos aspectos pero en definitiva la esencia de la persona al final no cambia o por lo menos yo creo que acaba saliendo siempre a la superficie.
    Gracias por estos post tan reflexivos!! Besos.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por seguirnos, leernos, comentarnos y no estar de acuerdo en todo...Es cierto que es difícil de creer, pero desde mi experiencia la vida es un abanico de posibilidades, constantemente. También es cierto que hay muchas fuerzas, internas y externas que tratan de hacernos creer lo contrario, pero poco a poco, a base de pequeños cambios...Un día te despiertas y te das cuenta de que no eres el mismo, que estás más cerca de ti y más a gusto contigo mismo. Ese día es una primavera para el alma. EDU

    ResponderEliminar
  3. Pues yo sí creo que se puede cambiar profundamente, pero es cierto que a veces se necesita un factor externo fuerte y radical que te "despierte"...

    ResponderEliminar