¿CONTIGO PARA SIEMPRE?

Una de las cosas que más curiosas me parecen del funcionamiento de la sociedad actual es el concepto que tenemos de la pareja. Voy a referirme a esa pareja que convive; la que está consolidada; la que supone que si uno va a una fiesta sin el otro le pregunten dónde está y se sorprendan mucho de su ausencia. Es decir, llega un momento en el que, prácticamente, ya no eres nadie sin tu media naranja. Como si no pudiésemos ser personas por separado; como si ya no tuviésemos una vida propia, desligada de todo. Bueno, quizá en el estado del que hablamos ya no se tenga.

En este sentido hay dos tipos de parejas: las que simplemente conviven y las que se han casado. Actualmente nos creemos y autoconcienciamos de que es lo mismo, pero a la hora de la verdad, resulta que no. Los casados gozan de reconocimiento social. Y aunque podamos creer que esto no es así, os aseguro que he descubierto que sí que lo es. El casado que decide separarse crea una brecha a su alrededor. El “convividor” (vamos a llamar así al que convive) dice “lo he dejado” y se encuentra algunas caras diciendo “qué pena, hacíais buena pareja” y parece que podría ser que esa situación ya estuviera más digerida, como preconcebida: es lo que pasa cuando no se afianzan por completo los lazos...



Total, que a la hora de la verdad, cuando el casado decide separarse tiene que enfrentarse a un conflicto social que, en ocasiones, es una carga mucho mayor que la separación en sí. Pienso que bastante tiene uno con afrontar lo duro de la separación como para tener que sufrir taquicardias cada vez que tenga que plantarse delante de un familiar para decir las terribles palabras “me voy a separar”. Pero bueno, y por qué?

He llegado a la conclusión de que la culpa de todo la tiene un modelo social colmado de farsa. Todos pensamos de otra manera. TODOS. Pero fingimos que estamos de acuerdo con el sistema porque las cosas, simplemente, deben ser así. Es la línea natural que debe seguir la vida. Conocer a alguien, enamorarse, casarse, tener un hijo, tener otro y vivir felices por siempre. Lo demás, está fuera de la curva de la normalidad. Uno no puede ser homosexual. No puede vivir sin consolidar la pareja. No puede decidir no tener hijos. No puede tener un hijo único. Y por supuesto, lo que jamás puede es separarse. Y ni qué decir si la separación es consecuencia de una infidelidad. ¡Horror! Deberíamos condenar a todos los infieles a la silla eléctrica!! Porque aunque la condición natural del ser humano es sentir atracción por otros miembros de su especie, esa atracción debe ocultarse de por vida. Da igual que la persona empiece a pensar que quizá se equivocó de camino, que quizá ahora sus sentimientos han cambiado, que puede que fuese muy joven cuando se casó. Eso siempre debería de haberse pensado antes. La pareja debe ser la misma TODA la vida. Puedes cambiar de carrera, de trabajo, incluso de país; pero a tu pareja la llevarás contigo donde vayas sean cuales sean las circunstancias porque así debe ser el orden natural de las cosas. Absurdo, eh? Y claro está, que con esa presión, la mayoría no puede vivir. Porque cuando uno decide casarse lo hace porque el sentimiento de amor, en ese momento, es lo más. Tanto que nubla cualquier razonamiento y, verdaderamente no hay nada que razonar. Se quieren, lo hacen y punto.

En nuestra subconsciencia está la idea de que la vida puede cambiar, que los sentimientos y las circunstancias pueden cambiar, que somos humanos, que sentimos cosas por otras personas, etc. Pero vivimos anclados en un modelo que no nos gusta pero que está socialmente aceptado y contra eso, nadie es capaz de luchar.

Conozco a poca gente lo suficientemente fría como para separar sexo de amor o como para reconocer que piensa diferente y que poca importancia tienen los cambios. Con esa frialdad se sufre menos, pero se ama en silencio mucho más.

Así que, alguien me dijo, que lo que nos limitamos a hacer la mayor parte del tiempo es a vivir en lo que podríamos denominar “zona de confort”. Esta no es la vida que quiero, pero es segura, está aceptada socialmente y no tengo nada mejor que hacer. Salir de nuestra zona de confort supone aceptar un reto lleno de riesgos. Supone un camino nada fácil. Implica cambios que seguro han de ser duros. Para los que tienen el valor de afrontar este hecho, mis felicitaciones, porque la experiencia en la vida me ha dicho que si algo nos pesa, nos quedamos muy a gusto cuando cambia.

Ojalá algún dia el modelo social se adapte a nuestra forma de ser, a nuestra forma de amar. Entonces las parejas serán más auténticas, vivirán con menos presión y durarán más de verdad, no por aguante.

Aprendamos a vivir cada día como un reto para nosotros mismos. Nada está tan lejos como para no poder alcanzarlo. La vida da mil vueltas. Hoy estamos arriba y mañana podremos estar debajo. Y al final, las personas que nos acompañan en nuestro camino son diferentes según la dirección que elijamos…

CADA

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