LA NOCHE MÁS INTRIGANTE DE EDU


En cualquier viaje, sobre todo los que se hacen a pie, los días están plagados de anécdotas y experiencias imborrables. Le pedimos a Edu que nos cuente una de las que más le haya marcado, se queda pensativo durante unos instantes, rascándose la barba en un gesto suyo muy particular.


Nos mira con seriedad antes de responder:

Sería difícil e incluso injusto quedarme con una sola anécdota, porque todas son importantes y se engranan como un gran caleidoscopio experiencial que da sentido a lo bueno y lo malo que has vivido. Aún así me gustaría compartir con todos nuestros seguidores un hecho realmente asombroso que me sucedió en el cementerio de Niembro, del concejo de Llanes (Asturias).

Esta historia comienza bastante antes, en Castrourdiales, donde tenía pensado tomar el autobús hasta Llanes para unirme a Cada. Sin embargo, el autobús que tenía previsto coger no tenía plazas vacantes así que me dije a mí mismo: “Si debes quedarte más tiempo en Castro, por algo será”.

Efectivamente pude visitar la localidad, un bello enclave marinero de barcas multicolores y exquisita gastronomía. También me permitió conocer a muchas personas y reencontrarme con viejos amigos.

A la mañana siguiente decidí que cuando llegara a Llanes avanzaría lo que pudiera para dormir allí donde me llevaran mis pies, sin un destino prefijado. Tras un agradable trayecto en autobús, llegué a Llanes y mis pasos me llevaron hasta la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en Niembro. La iglesia, junto con el pequeño cementerio de la localidad, se encuentran enclavados en un paraje mágico. Ambos son conocidos por haber sido escenarios escogidos por el cine y la televisión.

Llegué al cementerio en torno a las siete y media, tras inspeccionar el pequeño atrio decidí que sería un buen sitio para dormir, tranquilo y resguardado del viento y la humedad.

Cené frugalmente de lo poco que llevaba en la mochila mientras esperaba que la legión de visitantes fuera abandonando el lugar. Traté de disimular para que no se percataran de que tenía planeado dormir allí mismo. Cuando a las 22:00 horas la última pareja de curiosos se despidió de mí, extendí mi esterilla, abrí mi saco y me dispuse a pasar una velada de descanso.

Nada más lejos de la realidad, como enclave famoso, todo el edificio quedó iluminado por inmensos focos y me costó coger el sueño, antes de que se apagaran sucedió el hecho más escalofriante de mi vida, es ingenuo pasar la noche, solo, en un cementerio y pretender que lo sobrenatural no te alcance.

Era noche cerrada, la pleamar había invadido la bahía y una extraña canción me arrancó de los brazos de Morfeo. Una voz femenina, de inusitada belleza y armonía, entonaba una canción en euskera. Las únicas palabras que pude identificar fueron “Begoña” y “Bilbao”. El volumen era tan potente y la voz tan perfecta que temí pudiera ser una grabación, así que saqué la cabeza del saco de dormir y busqué un megáfono que no encontré. La voz me llegaba de la parte de atrás de la iglesia, sin una sola distorsión, esperé, inquieto, aún metido en el saco pero ya incorporado. Cuando la canción terminó, la persona comenzó a silbar la melodía, ciertamente pegadiza, el silbido me llegaba con tanta fuerza como antes la canción.

Yo estaba resguardado por eso no resultaba fácilmente visible, a pesar de que todo el pórtico estaba iluminado, esperé un poco más conforme el sonido se acercaba lenta pero inexorablemente hasta mi improvisado dormitorio. Entonces la vi, entre las columnas, a la luz de los focos. Una chica de pelo moreno cortado en media melena. Vestía pantalones cortos, vaqueros, hasta medio muslo y una camisa de cuadros estilo canadiense. Una pequeña mochila a la espalda era su único complemento. Ahora que te estoy contando esto caigo en la cuenta de algo: no recuerdo que proyectara ninguna sombra.

Durante apenas un milisegundo varios pensamientos cruzaron mi mente:”Puedo llamarla, pero entonces la asustaré” “¿Y si se vuelve y su cara no es lo que espero?””Mejor me quedo quieto””Puedo seguirla”

Finalmente, la curiosidad ganó a la prudencia, salí del saco y me calcé las botas, sin acordonarlas, como dormía en la calle ya estaba vestido, así que apenas tardé unos segundos en salir del pórtico.

La Iglesia sólo tiene un acceso y la verja del cementerio estaba cerrada con un candado para impedir el paso. Fui rápido hasta las escaleras frontales, desde allí tenía como un kilómetro de vista hacia ambos lados, el mar a mi espalda, la carretera de frente…Y ni rastro de mi enigmática compañera, nada: Ni huellas, ni rastro de su figura, ni un leve murmullo de su voz. No sé si más confundido que asustado volví al saco, me tapé la cabeza mientras mi mente vagaba con imágenes de peregrinos perdidos en la noche, avisándome de los peligros del Camino. En medio del enjambre de pensamientos agoreros se elevó uno por encima del resto:”Sea lo que sea lo que has visto, algo que transmitía tanta paz no puede hacerte daño”. Y así, con este pensamiento tranquilizador, tan dulcemente como fui despertado, volví a caer en la bruma del sueño, bautizando a mi extraña visitante como “La Ninfa Euskalduna”. Antes de amanecer, aún me desperté de nuevo, las luces se habían apagado, el cielo asturiano titilaba de estrellas, la paz seguía invadiendo mi espíritu. Agradecí el regalo de mi Ninfa Euskalduna y volví a dormir.

EDU.

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